Fotografía de Enrique Metinides©
De Derrida a Lispector, el trazo de la herida: presencia ausente del instante-ya. Desde la huella hasta la falta: despierto en el diván de Jacques: con sueños nuevos se construyen las letras para el olvido, así borro, me ree(in)scribo.
Fue se hace limbo. ir es quedarse. las despedidas son como los buenos criminales: borran las huellas; cuando faltan, el rastro se hace abismo, fosa que de tan común deja entrever las osamentas. Entonces nos preocupamos por las firmas, por los motivos, buscamos a los autores-asesinos, ¿quién marcó el destino? Hay que escribir sobre las evidencias para borrarlas. Vivos llegamos y vivos nos vamos, dejando solos a los muertos.
Te informo: la huella está, aunque anuncie lo que falta, ilusionista delatora tira la vida y esconde la mano. Es que éste es un crimen, ¿sabes?, o lo fue, pero sigue siendo, porque no por pasar no queda: hay marcas, recuerdo del diminuto pie marcado sobre el corazón que late con dificultad, pesa la ausencia de aquel instante que fue como pudo y en el ser dejó de poder.
Hacer presencia es más que un acto de voluntad: es la obra completa que dejamos entre telones cuando apenas decidía el rumbo, aplaudimos desde nuestras respectivas butacas, cada quien en su esquina, dimos por terminado el asalto. ¡Suerte, mala por definición!: terminó en homicidio, nos espera el velorio, la urna y, ni hablar, el epitafio que será por escrito.
El herido es más espectáculo cuando aparece en el centro de la encrucijada, obliga al transeúnte a parar por un momento, mientras decide qué camino ha de tomar. De otro modo, tendido sobre la avenida, pasará inadvertido luego de que un mal samaritano haya bajado de la bicicleta para acercarlo a la orilla; que no estorbe es la consigna, que no dificulte con su respiración cansada a la muerte que va por la vida: mejor que expire, la ausencia sólo puede habitar en el olvido.
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